martes, 17 de febrero de 2015

Nuestra historia de amor

A Sofía Anastasia la compramos el 2003, tiempos en donde comprar perros era lo top de lo top, al igual que los divorcios. Entonces mi papá me llevó a un criadero a buscar un perro poodle toy para calmar su culpa de haber dejado la casa y su labor de padre.
Llegamos en un mal tiempo porque los poodle estaban muy chicos, cabían 2 en la mano del caballero que nos atendió y no se podían destetar aún. Por supuesto me frustré y me puse a llorar.
Pasó un desfile de perros a doc al presupuesto de lo que un papá divorciado podía ofrecer, por supuesto eran perros más adultos y ninguno se parecía al perro que me había prometido, hasta que el señor del criadero dijo que le quedaba un maltés (palabra que nunca en mi vida había escuchado), que eran parecido a los poodle sólo que un poquito (bastante) más caros.
Entonces apareció la Sofia, un pom pom de 1 mes y medio con pelito blanco, daba saltitos de conejo en vez de caminar, una nariz tan negrita como aceituna, su boca tenía olor a leche, una colita enroscada y dientes de alfiler, fue como enamorarme por primera vez. Le dije a mi papá que por favor me la comprara, la quería con toda mi alma y ser; y si no la llevábamos no lo iba a querer nunca más jamás en mi vida. Creo que esa amenaza más su culpa, fue suficiente para hacer casi 24 cheques y un dolor de cabeza.

Antes de que la Sofía llegara a mi casa, era una niña con 10 kilos de sobrepeso, de esas que le sirven poca torta en los cumpleaños y no le ofrecen segundo plato. Era mi peor momento, el paso de ser niña a púber con partidura al medio, dos cosas raras que estaban por convertirse en tetas, nulo juicio de identidad, por lo que mis intentos de vestirme como Clarissa era un desastre y escuchaba el cd de Christina Aguilera enfermizamente sin parar. En el colegio una estúpida se aprovechó de mi debilidad emocional y baja autoestima, me apuntó delante de todas mis compañeras para decir que yo no aceptaba que mis papás estaban separados y no se querían. Fue una gran humillación que le costó a mi mamá ver a su hija encerrada en su pieza el resto del año jugando a crear un mundo mejor en la versión arcaica de Los Sims.

Camino a la casa llevando a la Sofito en brazos, le dije que era mi mejor amiga y que siempre íbamos a estar juntas, hasta que ella fuera viejita y que mi mamá la iba a querer como una hija más. Con mi carácter posesivo aún no controlado, le dije a mi hermano que me tenía que pedir permiso para jugar con ella, porque era mía y solo mía, no confiaba en el porque hace unos años atrás apareció su pez dorado sin aletas flotando en la pecera, trauma que nos dejó a los dos llorando (trauma para él que fue quien lo descuartizó y trauma para mi que lo encontré).
La miraba a los ojos y no podía creer lo tierna que era, lo feliz que me estaba sintiendo. El día era eterno en el colegio, lo único que quería era llegar a jugar con bola de algodón hiperquinética. Lentamente comencé a ser más feliz, centrarme en temas de niños en vez de temas de grandes. De ahí en adelante todo comenzó a mejorar, salimos de una casa vieja y aterradora de  Quinta Normal a un condominio con piscina y sala de cine, un departamento amplio y casi nuevo. Al tiempo después me  llegó la regla, adelgacé 15 kilos y tenía amigos púber  de mi edad que me iban a buscar a la casa para salir en la noche con hora de llagada a las 12,  motivo suficiente para que en 8vo tuviera la popularidad necesaria para que nadie me pisoteara de nuevo.

La Sofía formó parte de mi salida del hoyo y el de mi familia, lo contenedor que era llegar a casa, ver a ese monito saltarín y saber que todo estaría bien. Dormimos juntas cada noche durante 11 años y lo único que me costó cuando me independicé fue dejar de verla todos los días. Sólo las personas que me conocen saben lo que está significando que mi chanchita se esté apagando de apoco. Es como si me estuvieran desgarrando un pedazo de mi alma, de mi ser, de mi historia. Ha sido difícil desde el día que mi mamá me contó que la diagnosticaron terminal, fue como si los nervios de mis músculos se fundieran, y una electricidad me recorriera por toda la espalda, una negación automática y llanto en seco. Cuesta sacar el cuerpo de la cama y comenzar el día sin saber si ella lo va a terminar. No sé cuando pasará, tampoco sé cuanto dure nuestro luto después, si lo voy a poder soportar o si algo va a cambiar en mi (lo más probable es que si). Nunca I will follow you into the dark me hizo tanto sentido y tantas lágrimas de pena sinceras del corazón roto.
Estoy agradecida hasta el infinito de mi Sofito, de aparecer en la vida de esa gordita sin amigas y papás divorciados para cambiar su vida para siempre. De ser más humana que miles de personas en el mundo, de amar sin condición y hacernos felices sin importar nada. Agradezco el esfuerzo emocional que ha hecho mi mamá por sacarla adelante, preocuparse de ella en cada operación y hospitalización, de dar sus remedios a la hora e intentar que coma para que se recupere un poco más y se sienta mejor. Sólo nos queda abrazarla y darle besos de la misma forma que lo hemos hecho durante todos estos años. Le repito mil veces que es mi puntito coqueto, que me salvó en muchas formas de salvar a alguien, y que cuando llegue el día, un pedazo mi corazón se irá con ella a donde sea, para no separarnos nunca más, cómo se lo prometí el día que nos conocimos.








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